La Vicalvarada

   Publicamos este artículo con motivo del aniversario de la Vicalvarada, denominación que se le dio a una serie de acontecimientos producidos en el verano de 1854, con origen en un pronunciamiento militar cuyo escenario inicial fue nuestro pueblo.

Fuente: WikiCommos

Grabado de la Batalla de Vicálvaro (fuente: Wikicommons)

    En este periodo de transición entre el antiguo régimen y las actuales democracias representativas, la monarquía española tenía un talante muy conservador, y la joven reina Isabell II, heredó de su madre un concepto patrimonialista del trono, y la fobia al progresismo identificado con los peligros revolucionarios de la entonces reciente Revolución Francesa. Por ello la monarquía apoyó preferiblemente a los moderados coartando el acceso al poder de los progresistas siempre que pudo, y para ello nunca se permitió el libre ejercicio de la democracia a través del sufragio, sino que en la práctica la monarca era quién elegía realmente los gobiernos.

    La Vicalvarada, empezó como un pronunciamiento militar más de entre todos los producidos a lo largo del siglo XIX, cuando las conspiraciones en los más altos resortes del poder, eran la herramienta para obligar a la Corona a deponer e instaurar gobiernos, puesto que el sufragio era a menudo un simple formalismo amañado para enmascarar los cambios de poder por la fuerza de una parte de la clase dominante, en los que el pueblo era a menudo un mero espectador, o sólo participaba canalizando el descontento contra el gobierno de turno.

    Pero la singularidad de este pronunciamiento reside en que la iniciativa  popular determinó la respuesta de la reina a la situación y no la simple voluntad de los insurrectos, que también debieron adaptar sus planes iniciales a las exigencias de los ciudadanos, que en ciudades como Madrid, a través de su burguesía ejercieron un poder en cierto modo soberano sin la tutela del poder establecido.

    La Vicalvarada además situó por vez primera a Vicálvaro en los mapas a nivel internacional, pues desencadenó una de las revoluciones sociales más destacadas de la crisis europea de mediados del siglo XIX, que atrajo la atención de la opinión pública más allá de nuestras fronteras nacionales. Sin ir más lejos, un periodista llamado Karl Marx se interesó por este tema, en aquellos tiempos de actualidad, y dio argumento para sus artículos sobre la España Revolucionaria en el  New York Daily Tribune entre julio de 1854 y junio de 1857. Como sabemos, sus posteriores análisis y reflexiones le convirtieron en uno de los más influyentes filósofos del siglo XX como padre del comunismo, por lo que los acontecimientos de Vicálvaro bien pudieron ser uno de los gérmenes de sus teorías.

    El presente trabajo no aporta datos inéditos, puesto que la Vicalvarada y la revolución posterior han sido perfectamente analizadas, y abundan publicaciones al respecto con estudios muy completos. Desde aquí simplemente hemos recopilado los hechos y los exponemos lo mejor posible, para difundir el conocimiento de los mismos entre los interesados en el tema, principalmente los vecinos del pueblo de Vicálvaro, como parte de los fines para los que se constituyó la Asociación Vicus Albus, poniendo de relieve el protagonismo de Vicálvaro como escenario del origen de tan trascendentes hechos, como ya ha hecho en anteriores ocasiones, por ejemplo participando en el ciclo de conferencias promovido por el Centro de Estudios Superiores,Sociales y Jurídicos Ramón Carande (hoy integrado en la Universidad Rey Juan Carlos), con motivo del 140º Aniversario de la Vicalvarada, en 1994, en cuyo recuerdo se colocó la placa conmemorativa que aun puede verse en la  fachada del principal edificio del campus universitario de Vicálvaro. 

Antecedentes y contexto político

     El siglo XIX en España comenzó con la Guerra de la Independencia, como respuesta a la invasión napoleónica. Los opositores al invasor francés, en ausencia del Rey, establecieron una regencia para preservar la soberanía del país, y promulgaron una constitución de corte liberal que regulase la convivencia ciudadana, con intención de que tuviese vigencia cuando el curso de los acontecimientos diese paso a una situación de paz y permitiese el autogobierno de la nación.

    Acabada la guerra y expulsado el invasor francés en 1814, regresó el rey Fernando VII. El monarca nunca se había posicionado sobre sus intenciones, sobre todo con respecto a las pautas marcadas por la nueva constitución que establecía una soberanía compartida entre el monarca y las cortes. Simultáneamente aparecieron movimientos de tendencia realista y afín al Antiguo Régimen, entre los que se encontraba una clase nobiliaria conservadora, el ejército, el clero y parte del pueblo llano: en las ciudades los gremios profesionales se exasperaban por la presión fiscal y no veían con buenos ojos la libertad de industria,  en el ámbito rural los campesinos se sintieron perjudicados por la abolición de los señoríos, dado que hacía necesario arrendar las tierras y pagar impuestos por ellas, el lugar del pago de un usufructo al noble como antiguamente.

    Pronto empezó a oírse el lema “¡Vivan las Ca[d]enas!”  en boca de los que apoyaban la vuelta al Antiguo Régimen encarnado en la persona del Rey.

    Cuando el Rey puso pie en tierra española, 69 diputados de tendencia realista redactaron y firmaron el “Manifiesto de los persas”, en que reivindicaban la vuelta al Antiguo Régimen, que presentaron al Rey, que se valió de ello para no acatar la Constitución y establecer una monarquía absoluta, polarizando la sociedad y la política, creando lo que a menudo conocemos como el fenómeno de “las dos Españas”, cuyas consecuencias aún están vigentes en muchos aspectos.

    En 1833 tras el reinado de Fernando VII, le sucedió su hija mayor, nacida tres años antes, con el nombre de Isabel II. El género femenino de la nueva monarca, era un impedimento para el acceso al trono según la pragmática sanción de 1713, que su padre hubo de derogar en la etapa final de su vida para que pudiese ser reina. El testamento del rey disponía que su esposa la reina consorte María Cristina, sería la regente durante la minoría de edad de la soberana.

     La reina regente, hasta ahora,  había sido proclive a los absolutistas (conocidos como apostólicos), pero el conservadurismo ideológico de los mismos no aceptaba que una mujer ocupase el trono, por lo que se agruparon en torno al hermano del Rey, el infante Carlos María Isidro, constituyendo el nacimiento del Carlismo. Dadas las circunstancias la monarca regente no tuvo más remedio que aliarse con los antagonistas del absolutismo para defender el trono de su hija.

     Muestra del acercamiento de la regente a los liberales, fue una cierta renuncia por parte de la corona al poder exclusivo. En enero del 1834 encarga a Martínez de la Rosa formar un nuevo gabinete y elaborar un régimen constitucional aceptable. Martínez de la Rosa era un liberal doctrinario muy influenciado por el pensamiento francés, y en su mandato se adoptó el Estatuto Real de 1834 como norma fundamental del estado, emulando la carta otorgada que rigió en Francia la Monarquía de Luis XVIII.

    Los liberales más progresistas, mayormente el grupo de los Exaltados1, se oponían al Estatuto Real por no reconocer el principio de la soberanía nacional, y pugnaban por la restauración de la Constitución de 1812 proponiendo una serie de reformas que consideraban necesarias.

     En agosto de 1836 el motín de La Granja de San Ildefonso, obligó a la regente María Cristina a restablecer la Constitución de 1812 y a formar un gobierno progresista, presidido por José María Calatrava, aunque en la práctica Juan Álvarez Mendizábal lo lideraba desde el Ministerio de Hacienda. Acto seguido se celebraron elecciones a Cortes Constituyentes para reformar el texto constitucional de Cádiz. La intención de los líderes progresistas, era que la Constitución fuera de consenso con los moderados para que les permitiera alternarse en el poder sin necesidad de modificarla cada vez que hubiera un cambio de gobierno.

     Los acontecimientos no resultaban favorables, una epidemia de cólera desatada en todo el país, desató la inestabilidad social, y las élites locales se sentían descontentos con la reforma de los ayuntamientos que les restaba poder en los mismos. Los exaltados capitalizaron el descontento y se fueron radicalizando. Por otro lado los carlistas agotaron financieramente los recursos del estado, y llegaron a situarse a las puertas de Madrid, avanzando desde Segovia por el norte, y acantonándose en Vallecas y Arganda por el sureste ese mismo verano. Un intento de golpe de estado en enero de 1835 y otro intento de voto de censura hicieron que finalmente Martínez de la Rosa dimitiera y le sustituyera el Conde de Toreno, antaño un radical, pero que en este momento pasó a ser una marioneta de la impopular reina regente.

      En julio de 1835 estallaron unos motines anticlericales en Cataluña, (donde el movimiento obrero comenzaba a ser notable a través de los trabajadores de algodón2 que protagonizaron numerosos incidentes), que fueron seguidos de revueltas liberales y anticarlistas que se extendieron por todo el país y que fueron acompañadas por la formación de Juntas que ostentarían el poder en nombre de la reina Isabel II cuyo trono consideraban usurpado por la camarilla que la rodeaba.

     La extensión del movimiento juntero por todo el país provocó la caída del último gobierno del Conde de Toreno el 14 de septiembre, dando paso al gobierno exaltado de Mendizábal. El nuevo gobierno es aún muy recordado por su política de desamortizaciones que no logró sanear las cuentas del estado según lo previsto, y además de granjeó el descontento del ejército y el clero, aumentando las simpatías hacia el carlismo.

    La regente temerosa junto a los procuradores de las reformas excesivamente progresistas del gobierno, sustituyó a Mendizábal por Istúriz en mayo de 1836, pero no obtuvo la confianza de las cortes. La regente reaccionó autorizándole a disolver las cortes y convocar nuevas elecciones que ganó Istúriz, pues en esta época era habitual que el gobierno recurriese a los mecanismos disponibles para decantar los resultados a su favor. La respuesta de los progresistas fue iniciar una serie de revueltas populares en diversas ciudades que se extendieron por todo el país, hasta que el día 13 de agosto de 1836 se produjo un pronunciamiento de la Milicia Nacional3 en Madrid, con apoyo militar.

      Este ambiente enrarecido desembocó en el Motín de La Granja de San Ildefonso del 12 de agosto, en el que un grupo de sargentos de la guarnición de Segovia y de la misma Guardia Real se sublevaron en el palacio real de la localidad, donde se encontraba María Cristina, a quien obligaron a acatar la Constitución de 1812, y a nombrar un gobierno liberal progresista. El nuevo presidente fue José María Calatrava, pero con Mendizábal de nuevo en la cartera de Hacienda. 

       A partir del 1 de septiembre de 1840 volvieron a estallar revueltas progresistas por toda España en las que se formaron “juntas revolucionarias”. La oposición a la Ley de Ayuntamientos parece ser de nuevo una de las principales fuentes de descontento. La primera Junta Revolucionaria en constituirse fue la de Madrid, a expensas del propio Ayuntamiento que publicó un manifiesto en el que justificaba su rebelión como una defensa de Constitución de 1837.

      El 5 de septiembre María Cristina recurrió al general Espartero para sofocar la rebelión, pero éste se negó diplomáticamente poniendo condiciones como revisar la ley de Ayuntamientos entre otras exigencias contrarias al último gobierno moderado4

      Espartero fue nombrado presidente del gobierno, y volvió a Madrid donde negoció con la Junta Central el final de la rebelión y a continuación viajó a Valencia para informar a la regente acerca de la composición de su nuevo gobierno y las nuevas políticas que pretendía llevar a cabo. Tras esta reunión la regente cedió la regencia a Espartero y abandonó el país.

     Durante la Regencia de Espartero tienen lugar cuatro elecciones, en 1840, 1841 y 1843 (febrero y septiembre), lo que da muestra de la permanencia de la inestabilidad a pesar de la nueva situación.

     Fueron años de continuos enfrentamientos entre moderados y liberales. María Cristina mientras tanto desde París conspiraba en favor de los moderados.

     La noche del 7 de octubre de 1841 se produce un asalto al Palacio Real, ordenado por los generales Diego de León, Concha y Pezuela, que persigue secuestrar a la reina niña Isabel. El golpe fracasa gracias a la rápida intervención de Espartero. El 15 de octubre de 1841 es fusilado el general Diego de León. En este momento se fraccionan los progresistas, y así lo relejan los resultados de las elecciones de 1841.

     El 13 de noviembre de 1842 estalló en Barcelona una revuelta a la que se sumó la milicia y en pocas horas la ciudad se llenó de barricadas. El detonante de la misma fue la noticia de que el gobierno se disponía a firmar un acuerdo comercial librecambista con Gran Bretaña que rebajaría los aranceles a los productos textiles ingleses lo que supondría la ruina para la naciente industria algodonera catalana. La chispa inicial, sin embargo, fue por un tumulto que se produjo en el Portal del Ángel en relación con el impuesto de los consumos el 13 de noviembre, un domingo por la tarde.

     La crispación por parte de los progresistas desde la oposición llevó a Espartero a disolver el Congreso el 26 de mayo de 1843, una vez más. A la crisis política sucede la insurrección en varias ciudades.

      La legislatura de 1843-1844 apenas dura unos meses, en los cuales la joven reina Isabel II, jura la Constitución de 1837 en el Palacio del Senado, y se adelanta su mayoría de edad, como medida estabilizadora. 

     El gobierno de Luis Gonzalez Bravo encamina el paso al moderantismo. Disuelve la Milicia Nacional, e impone una severa censura de prensa aumentando las tensiones frente a la oposición.

     La victoria de los moderados en enero de 1844 provocó levantamientos en varias provincias en febrero y marzo denunciando la manipulación del gobierno de los resultados, a lo que el gobierno reaccionó con autoritarismo hacia los líderes progresistas.

     El 22 de julio tuvo lugar cerca de Madrid la Batalla de Torrejón de Ardoz en la que se enfrentaron las tropas gubernamentales mandadas por el general Antonio Seoane, fiel a Espartero, procedentes de Aragón, y las tropas sublevadas a las órdenes del general Narváez, que venían de Valencia. Las tropas de Seoane se pasaron al bando rebelde, nada más comenzar la batalla y el 23 de julio Narváez hacía su entrada en Madrid y restablecía a Joaquín María López como presidente del gobierno.

     En mayo el general Narváez se convierte en nuevo presidente de gobierno, dando paso a la Década moderada (1844-1854), pues el  Partido Moderado estuvo respaldado por la Corona apartando a los progresistas del acceso al poder.

    El gobierno de Narváez crea, por Real Decreto de 23 de marzo de 1844, un cuerpo de organización militar pero con funciones civiles con el duque de Ahumada como gran impulsor, con el objetivo de promover el orden público, y proteger a las personas y sus propiedades, denominado Guardia Civil, y que podría interpretarse como maniobra para restar protagonismo a la Milicia Nacional, por un cuerpo dependiente del gobierno. El cuartel de Vicálvaro fue elegido para instalar en él el primer cuartel de caballería de este cuerpo. 

     Las divergencias surgidas en el seno del Partido Moderado agravaron la inestabilidad política que se manifestó en los continuos cambios en la presidencia del gobierno, que comenzaron con el cese de Narváez el 11 de febrero de 1846, asociado al conflictivo matrimonio que se pactó para la Reina.  El 4 de octubre de 1847  Narváez recupera el gobierno, intentando un acercamiento a los progresistas, ofreciendo un sistema de turnos de poder, entre partidos fieles a la reina. 

    En el contexto internacional daba comienzo la Revolución de 1848 que recorría toda Europa, protagonizada por el movimiento obrero y la burguesía más liberal. El poder adquisitivo de la población se había reducido drásticamente a causa de las oscilaciones de precios y salarios. La industria sufrió una crisis de crédito y una crisis agrícola típica del antiguo modo de producción, que incrementó la pobreza del campesinado. Singular fue el caso de Irlanda, desde donde los cultivos de patatas sufrieron importantes plagas que diezmaron las cosechas y además expandieron las enfermedades por el norte de Europa a través de las exportaciones, siendo uno de las causas de la hambruna y la crisis económica, pues la patata se había convertido en la base de la alimentación de las clases más humildes de las poblaciones del viejo continente.

    Los gobiernos empezaron a aplicar medidas restrictivas para paliar la escasez en las arcas públicas, soportadas por la ciudadanía. En el caso español podemos ver la manifestación de la crisis en el cese de notables obras públicas como la construcción de las nuevas líneas de ferrocarril tan en boga en este periodo, o la imposibilidad de terminar el proyecto del Canal de Isabel II para conducir el agua a Madrid, como estaba previsto. El cese de estas actividades conllevaría un mayor aumento del desempleo como es lógico.

     Las dificultades económicas también se extendieron a España, que dieron lujar a tumultos, duramente reprimidos. Los Carlistas volvieron a reaparecer en 1845 aprovechando el descontento social con respecto a la clase política y la situación económica5. Las sospechas de que Gran Bretaña podría estar apoyando e instigando los movimientos carlistas en la denominada Guerra dels Matiners, produjo una ruptura de relaciones diplomáticas. Narváez duró en el gobierno hasta el 10 de enero de 1851 cuando fue sustituido por Juan Bravo Murillo.

     En el ámbito político español, Bravo Murillo fue acusado de no respetar el orden parlamentario, por lo que se vio obligado a formar sucesivos gobiernos presididos por Roncali, Lersundi y el Conde de San Luis que respondían únicamente ante la reina quien los designaba sin legitimación parlamentaria. A dichas irregularidades se sumó la acusación de corrupción, como la concesión arbitraria de licencias para el trazado de líneas ferroviarias sin la correspondiente autorización parlamentaria, en los que estuvieron implicados la reina Madre y su cónyuge.

General Leopoldo O’Donnell (Fuente: Wikicommos)

     La interferencia de la Corona  en el normal funcionamiento parlamentario, propició un acercamiento entre los moderados de Narváez y los moderados “puritanos” con los progresistas, constituyendo el germen “Unión Liberal” que de la mano del general O’Donnell, se convertiría en un nuevo partido de centro monárquico en 1858.

El desarrollo del pronunciamiento de la Vicalvarada

    La falta de respuestas a los graves problemas que se iban planteando, por parte de los efímeros e ineficaces gobiernos, nombrados por la reina y sin respaldo parlamentario alguno, fue aumentando la crispación hasta hacerla insostenible. A los problemas económicos derivados en gran parte la situación coyuntural internacional, se sumaba una emergencia sanitaria motivada por una grave epidemia de cólera6. Muestra de la gravedad de la situación es que el gobierno decidió trasladar a la Familia Real al Palacio del Pardo, para alejarla de la epidemia que asolaba Madrid. El descontento generalizado marcó el momento propicio para una nueva insurrección que favoreciese la caída del gobierno de Luis José Sartorius, quien había recibido de la reina el título de conde de San Luís.

     Pero en este caso la revolución no consistía meramente en un alzamiento contra el mencionado gobierno, el problema radicaba en la descomposición del partido moderado. Isabel Burdiel opina que la monarquía se había distanciado del partido, en que se apoyó durante diez años. Llevando a muchos moderados a moverse hacia la filas progresistas, como fue el caso de nuestro convecino el Duque del Sevillano, que había sido perseguido por el gobierno, ocasionando su reconversión en revolucionario, llegando a ser uno de los financiadores de la revolución, como atestiguan autores como Isabel Burdiel, Agustín Fernández Escudero y Pablo Herce Montiel.


Duque del Sevillano

    En algunos círculos se contempló por primera vez la abolición de la monarquía o la sustitución dinástica, pero la clase dominante no aceptaría una república excesivamente progresista, ni existía consenso internacional para designar ningún monarca procedente de alguna de las casas reales europeas.

    Isabel II salvó el trono, y tuvo la suerte de que ambas facciones en lucha, se intentaron apropiar de la autoridad real para respaldar sus respectivas causas. Sin embargo la actitud de la reina fue muy relevante en el desarrollo de los acontecimientos, lo que la situó en una posición bastante comprometida.  

      O’Donnell, unido a militares progresistas, como los generales Dulce y Ros de Olano, pusieron en marcha su plan para imponer, a la reina Isabel II, la sustitución del gobierno del Conde de San Luis por otro de “unión liberal”, que convocase unas elecciones constituyentes y redactase una nueva constitución consensuada que estabilizase la situación política, mediante una tercera vía alternativa a los dos partidos tradicionales.

    Las políticas desamortizadoras de décadas precedentes, había reconvertido los edificios universitarios de la ciudad de Alcalá de Henares en cuarteles que albergaban los batallones del Regimiento de la Princesa, al mando de O’Donnell, que se unieron a los del general Dulce, que vino con numerosos efectivos desde los cuarteles establecidos entonces en el término del actual distrito madrileño de Chamberí. Desde allí emprendieron su marcha hacia Madrid el día 28 de junio.

     Al hilo de estos acontecimientos la reina regresaba precipitadamente desde El Escorial a la capital, desde donde envió tropas fieles al gobierno al mando del general Blaser, ministro de la Guerra, convencida por el gobierno de que los sublevados tenían intenciones de acabar también con su trono.

     Las tropas rebeldes avanzaron hasta Canillejas, y desde allí se dirigieron a Vicálvaro. Un descendiente del general Dulce, biografiando a su antepasado hace referencia a estos acontecimientos, indicando que los generales comieron en la casa del Duque del Sevillano antes de la batalla, e incluso cita a un periodista anónimo, quien aseguraba haber estado presente, y que dejó tan interesante detalle en su crónica:     

“…nos informa haberse enterado, nada menos, de lo que en Vicálvaro comieron los generales: un puchero con arroz y menudillos de gallina.”7

      El periodista al que hace referencia se llama Rafael del Castillo, que además de periodista fue un notable autor literario, y autor de una biografía del general O’Donnell8, en la que nos aporta una interesante crónica de los acontecimientos:

“…El teniente coronel a quien había sido presentado, hizo conducir al autor de estas lineas al cuartel general situado a uno de los extremos del pueblo en una casa de buena apariencia, que oyó llamar la Casa de Sevillano, si la memoria no le engaña. Aquella casa se componía de un cuerpo de edificio y de dos alas que avanzaban a la altura de la puerta principal; de modo que formaba delante de ésta un patiecillo cuadrado, cuyo pavimento nos parece aun ver cubierto de yerba y salpicado de florecillas. El ala derecha servía de cuartel general.”

 

     La descripción anterior coincide con la reconstrucción gráfica que se puede consultar en el libro “Historia de Vicálvaro“, primera obra de la asociación Vicus Albus. A continuación la crónica da todo tipo de detalles acerca de las escenas contempladas en el interior del palacio, e incluso de la disposición de los ilustres comensales a la hora de la comida:

“Tuvimos la honra de ser convidados a almorzar con él [O’Donnell], y bajamos con los generales a la sala del piso inferior del ala izquierda, donde estaba puesta la mesa para todos los oficiales sin distinción de grado. El teniente genera O’Donnell ocupó el centro… Ros de Olano, a cuyo lado nos sentamos estaba a un lado y Dulce al otro …”

      La velada hubo de ser interrumpida por la aproximación del enemigo, obligando a los protagonistas a pasar a la acción, su instantes previos los refleja de una forma muy gráfica el cronista:

“…al entrar en Vicálvaro nos preguntamos si realmente estaba en el pueblo la columna pronunciada; al pasar el umbral de la casa de Sevillano, adquirimos la certidumbre de que se encontraba allí toda ella …

…El estampido del cañón que se aproximaba y al toque de las cornetas, salió de las casas la caballería de Farnesio y las de otros regimientos pronunciados, dirigiéndose a galope al punto de reunión señalado sin duda de antemano. Torbellinos de polvo que levantaba el galopar de los caballos, envolvían a los jinetes, cuyas lanzas, cascos y banderolas se distinguían como en el centro de una nube. La avalancha no desciende de la cima de los Alpes con más rapidez que se reunieron aquellos generosos escuadrones delante de la casa de labor que ya hemos hablado [La del Duque del Sevillano]:cuando llegamos allá los encontramos ya formados como para una parada. Durante este tiempo el valiente Echagüe daba orden al batallón del Príncipe para que se reuniese en la plaza de la iglesia delante de la casa del Ayuntamiento…”

    Todo lo descrito se produjo el 30 de junio, y la batalla tuvo lugar en las límites de Vicálvaro donde se  ubica el actual barrio de La Elipa. Las tropas de Blaser cortaron el paso a los sublevados, quedando un bando contendiente a cada lado del arroyo de Abroñigal. Algunos autores afirman que fue una batalla casi incruenta, pues parece ser que no produzco ninguna baja mortal en ningún bando, lo que sirvió a que ambos se proclamasen vencedores.

 

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    En cuanto a daños materiales, su relevancia es proporcional a la modestia del enfrentamiento, sólo quedó reflejada la anecdótica destrucción de un melonar a causa del tránsito de las tropas por nuestro municipio. La reseña ha llegado hasta nosotros por la reclamación que emprendió D. Andrés Manresa al Ayuntamiento de Madrid, con la esperanza de que se le abonase el coste de las 700 plantas que cultivaba en el camino de la Fuente del Berro, según la tasación de un funcionario municipal. Don Andrés sólo consiguió evasivas por parte de las distintas instancias a las que acudió sin que parezca que se le indemnizase por la pérdida de sus preciados melones. Curiosamente en el relato de Rafael del Castillo, encontramos que O’Donnell dijo a quien parece que era el alcalde de Vicálvaro que “él respondía con sus intereses particulares de los perjuicios que ocasionara la caballería”

   El 5 de julio de 1854, el Boletín de Segovia reproduce una carta del Alcalde de Vicálvaro, Conde de Quinto, reclamando ayuda a la Reina para atender a los múltiples heridos producto de la confrontación en este pueblo y que los sublevados han dejado al retirarse. 

 

      Las tropas de O’Donnell emprendieron la huida por La Mancha, con objetivo de situarse cerca de Portugal en previsión de un fracaso que obligase a sus líderes a exiliarse. En su travesía Manchega, O’Donnell se encontró con el general Serrano, y ambos redefinieron los objetivos políticos de la insurrección. En Manzanares (Ciudad Real), un joven Antonio Cánovas del Castillo redactó y publicó, con fecha de 7 de julio, el manifiesto definitorio de la revolución que se había desatado como consecuencia de la Vicalvarada.

      Los regimientos fieles al gobierno se habían lanzado en persecución de los huidos, dejando Madrid desguarnecida cuando el fracaso del alzamiento se estaba mitigando a través del apoyo popular a los insurrectos. Esta situación propició que reinase el caos en las calles, donde moderados y progresistas protagonizaron tumultos de diversa índole, en nombre de la defensa de la corona que ambos bandos decían defender de la camarilla corrupta que se había apoderado de la monarquía. Entre los hechos más graves podemos citar el asalto y destrucción del palacio de la odiada reina Madre, o la residencia del Marqués de Salamanca, lugares donde es destacable que no se produjo ningún pillaje del rico mobiliario, ni nadie se preocupó de salvar bienes valiosos, pues la única causa era la ira de personas de diversas condiciones sociales.

      La reina destituyó el 17 de julio al conde de San Luis sustituyéndolo por el general Fernando Fernández de Córdova que formó un efímero gobierno en el que había moderados “puritanos” y progresistas, que en unos días fue sustituido por el duque de Rivas, cuyo gobierno tuvo similar duración, hasta que la Corona se decidió a llamar al general Baldomero Espartero para que formara gobierno.

       Mientras tanto el vacío de poder reinante en Madrid, decidió a los prohombres de la capital a constituir la llamada “Junta de Salvación, Armamento y Defensa para salvaguardar el Trono y la Libertad”, cuyo origen fue una reunión de influyentes personalidades de diversas tendencias políticas que se dieron cita en el palacio madrileño del Duque del Sevillano, en aquella época conocido como Marqués de Fuentes de Duero. El progresista Evaristo San Miguel sería su presidente, y el citado noble vicalvareño ocuparía la vicepresidencia.    

      La citada junta tuvo un especial protagonismo en el desarrollo de los acontecimientos, liderando el apaciguamiento de los madrileños, y marcando las pautas para la negociación y formación del nuevo gobierno, que recayó en el general Espartero, y no en O’Donnell interpretado como  un castigo por parte de la reina al general sublevado, que a pesar de todo quedaría al mando de los militares como ministro de la guerra.

      La Vicalvarada fue la antesala del periodo conocido como Bienio Liberal, que había comenzado sustentado en las esperanzas de cambios hacia una política eficaz que se tradujera en mayor prosperidad y justicia. Pero a los pocos días de la formación de gobierno por parte de Espartero las Juntas Provinciales prácticamente se neutralizaron y se invalidaron las medidas adoptadas por ellas. La reina madre nunca fue juzgada por corrupción, y la Milicia Nacional comenzó a reprimir protestas por orden del gobierno.

       Las reformas fiscales y laborales se revelaron como inviables, por lo que las medidas aplicadas durante el periodo anterior permanecieron inmutables.

      En este periodo se llevó a cabo la llamada Desamortización de Madoz de 1855, por la cual se ponían en venta bienes de los municipios, órdenes militares, hospitales, hospicios y casas de misericordia, con objeto de obtener fondos para el Estado. Sin embargo las medidas resultaron contraproducentes a medio plazo, pues muchos pequeños agricultores perdieron las tierras que trabajaban en unas condiciones ventajosas al pasar a ser propiedad privada por lo que se produjo un notable éxodo rural. Por otro lado los ayuntamientos perdieron recursos para financiar los servicios que proporcionaban a los vecinos como por ejemplo la educación pública, esto dio origen al popular dicho de “pasas más hambre que un maestro [de] escuela”, pues las familias más humildes renunciaban a la educación de sus hijos al verse incapaces de pagar las cuotas exigidas por los ayuntamientos para poder pagar el sueldo del profesorado. 

     Con esa ley los inversores extranjeros, especialmente Francia y Reino Unido, se emplearon capitales en la construcción de vías férreas, consiguiendo relanzar la actividad bancaria y la actividad del incipiente desarrollo industrial.

     El proyecto de la nueva constitución, cuya promulgación estaba prevista para 1856, quedó inconclusa, por lo que pasó a la historia como la “Non Nata”. Los diversos desórdenes y fracasos trajeron de nuevo el descontento generalizado y la polarización política.

     Un Real Decreto las Cortes Constituyentes, publicado el 2 de septiembre de 1856 disolvió las Cortes, y posteriormente se restablecía la Constitución de 1845 modificada con un Acta Adicional que liberalizaba su contenido, materializándose el fracaso y frustración del Bienio Liberal, pero que sin embargo desde entonces ha venido siendo un referente en el curso de la evolución política de este país.

Mausoleo del “héroe de la Vicalvarada” en Las Salesas Reales (Madrid) (Fuente: Wikicommons)

 

NOTAS

  1. Los Exaltados pasaron a conocerse posteriormente como progresistas, y fueron la opción antagónica a los moderados.
  2. Lynch, John (2007). La etapa liberal. En Historia de España (Vol. 7, p. 185 ). Madrid: Crítica.
  3. La Milicia Nacional fue una forma de defensa cívico-militar organizada a través Juntas Locales y Provinciales que armaron a los ciudadanos para suplir la inexistencia de un ejército provisional en caso de invasiones como la francesa en 1808, o para combatir los abusos por parte de la élite sobre el pueblo. Los distintos gobiernos según su signo político, pugnaron por mantenerla como resplado al poder, o bien por disolverla para neutralizarla como arma de la oposición, durante todo el siglo XIX.
  4. Fuentes, Juan Francisco (2007). El fin del Antiguo Régimen (1808-1868). Política y sociedad. Madrid: Síntesis.
  5. Asensio Rubio, Manuela (2010). El Carlismo en Castilla-La Mancha (1833-1875). Ciudad Real: Biblioteca Añil (p. 195). 
  6. Se llegó a extender el rumor de que los carlistas habían envenenado el agua de las fuentes de Madrid, como explicación del origen de la enfermedad. 
  7. Buxó de Abaigar, Joaquín (1962). Domingo Dulce, General Isabelino. Barcelona: Planeta (p. 264) 
  8. del Castillo, Rafael (1860).Historia de la vida militar y política del general D. Leopoldo O’Donnell. Madrid:Librería Española (p. 400).

 

BIBLIOGRAFÍA

  • Asensio Rubio, Manuela (2010). En Carlismo en Castilla-La Mancha (1833-1875). Ciudad Real: Biblioteca Añil.
  • Burdiel Bueno, Isabel (2010). Isabel II, una biografía. Madrid: Taurus.
  • Buxó de Abaigar, Joaquín (1962). Domingo Dulce, General Isabelino. Barcelona: Planeta
  • del Castillo, Rafael (1860). Historia de la vida militar y política del general D. Leopoldo O’Donnell. Madrid:Librería Española.
  • Fernández Escudero, Agustín (2013). El negocio de la política. Biografía del duque de Sevillano (Vicálvaro 1790 – Madrid 1864). Madrid: La Ergástula.
  • Fuentes, Juan Francisco. El fin del Antiguo Régimen (1808-1868) (2007). Política y sociedad. Madrid: Síntesis.

  • González Gálvez, Valentín et al. (1987). Historia de Vicálvaro. Madrid: Ayuntamiento de Madrid, Concejalía de Relaciones Institucionales y Comunicación.

  • Lynch, John (2007). Historia de España; La etapa liberal (Vol. 7). Madrid: Crítica, 2007. 

  • Pérez Galdós, Benito (2008). Episodios Nacionales – La Revolución de Julio. Madrid: Espasa Calpe.

     

     Francisco Vicente Poza

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